Un largo viaje en tren de casi dos semanas de duración entre Beijin (Pekín) y Moscú, a bordo del legendario Transiberian Express, ha sido una de las últimas aventuras que he tenido la suerte de experimentar. Pongamos en marcha el sueño de nuestra vida con un Crucero sobre Raíles de más de 7.600 kilómetros por una buena parte de las vías del “Transiberiano”, y experimentemos por un momento nuestras andanzas por China, Mongolia, Siberia y Rusia, de una manera cómoda y segura. La histórica ruta entre Beijing y Moscú, recorriendo las orillas del majestuoso Lago Baikal y parte de la misteriosa Siberia, me mostró, entre otras cosas, esplendidos paisajes y lugares maravillosos del noroeste de Asia y Europa.

Elegí comenzar el recorrido desde la capital de China por ser algo más exótico ya que en Rusia había estado en varias ocasiones. La visita a Beijing me permitió conocerla un poco y ver algunos de sus numerosos monumentos, tales como el fascinante Templo del Cielo; el Palacio Imperial, el que los emperadores utilizaban durante sus vacaciones de verano; la gigantesca Plaza de Tiananmen, con toda su polémica; el tradicional Mercado de la Seda, y el Estadio Olímpico, entre otros. Lógicamente visité también, en las afueras de esta ciudad, un pequeño tramo de la famosa Gran Muralla China, pues si tuviera que recorrerla toda seguro que me llevaría demasiado tiempo, y todavía hoy seguiría caminando por ella.

La Muralla china, como todo el mundo sabe, es una de las “7 Maravillas del Mundo”, y por tanto una visita obligada para cualquier viajero que se precie. En el camino hacia su tramo de Badaling, me detuve a visitar una fábrica de porcelana china, así como unos talleres de cerámica y de seda que resultaron de gran interés. Una vez con los pies en la muralla comprendí el verdadero significado que motivó a los chinos a construir semejante fortificación, ya que además de levantar un inmenso muro, servía de vía de comunicación para enviar mensajes en caso de emergencia. Un ejemplo lo pude ver en el paso de Juyongguan, una posición estratégica del sector de Badaling, que es un punto importante de esta muralla. 

Como curiosidad solo reseñar que este muro tiene de 7 a 8 metros de altura, y una base de 5 a 6 metros de ancho. Las almenas tienen casi 2 metros de alto, y cuentan con algunas troneras donde era posible disparar flechas y otros proyectiles. El sector de Badaling es hoy en día además un centro de atracción turística importante por su belleza, aunque también existen otros sectores interesantes en Jinshanling, Mutianyu, Simatai y Gubeikou. Pero estos tendrán que esperar para futuras visitas.

Después de una larga caminata entre torre y torre, y de haber subido y bajado cientos de escalones, regrese a Beijing, no sin antes detenerme para almorzar en un típico restaurante de carretera. Al finalizar visite una de las Tumbas Ming y el Camino Sagrado de los Espíritus, el Shen Lu. Y por la noche acudí a una “Cena Especial de Bienvenida” con todos los participantes del Transiberian Express. Nos sirvieron un montón de platos típicos de la gastronomía china, incluido el famoso pato laqueado pekinés, aunque he de decir que la mayoría de los asistentes lo habíamos comido mejor en otros restaurantes chinos que hay por el mundo.

   Al día siguiente tocaba una visita al Palacio Imperial, en la famosa “Ciudad Prohibida”, con sus 9999 habitaciones, el cual durante siglos había permaneció inaccesible. Ese complejo de palacios fue bautizado como «Ciudad Prohibida» porque las personas corrientes no podían entrar sin permiso especial, pues en aquella época tan sólo los cortesanos podían obtener audiencia del emperador.  Se construyó entre 1406 y 1420, y en ella vivieron 24 emperadores hasta principios del siglo XX, cuando tuvo lugar la revolución que derrocó al régimen de la última dinastía feudal china, la dinastía Qing.

Después de la visita regrese al hotel para hacer el equipaje ya que por la noche había que trasladarse a una de las estaciones de FF.CC. de la ciudad para comenzar la aventura transiberiana que tanto quería experimentar. El tren especial chino estaba esperando en su plataforma habitual. Una vez que todos los pasajeros nos acomodamos en nuestros compartimentos, el convoy se puso en marcha y alcanzó Ulaanbaator en unas 16 horas. La mayor parte del trayecto se hizo de noche, donde atravesamos el desierto de Gobi sin tan siquiera poder ver un solo grano de arena de ese mítico lugar.  

A la mañana siguiente, avanzó suavemente durante algunas horas hasta que por fin llegó a la ciudad fronteriza china de Erlian, donde todas las formalidades de aduana tuvieron lugar a bordo. En esta estación hubo que cambiar de tren sobre la marcha ya que el ancho de vía chino se topa con el ancho de vía ruso, por lo que nuestro tren chino nos dijo adiós, o hasta pronto. El Transiberian Express nos estaba esperando con los brazos abiertos. A partir de aquí comenzaba el verdadero viaje. Un  viaje que me dejó bonitos recuerdos a través de diez días en los que hubo que  atravesar dos países más: Mongolia y Rusia, hasta poder llegar a nuestro destino final. Hasta ese momento había visto solamente una pequeña parte de China, pero me estaban esperando inacabables llanuras, desiertos y bosques, además de legendarios ríos y hermosas ciudades.

Pronto llegamos a Ulán Bator (Ulanbaator), la capital de Mongolia, que fue fundada en el año 1639 como centro de monasterios budistas y, que en el siglo XX se convirtió en un gran centro manufacturero caracterizado por sus amplios bulevares y plazas.

   Esta ciudad está situada al norte del país, a 1.350 metros de altitud, y ligeramente al este del centro de Mongolia. Aquí visitamos el Monasterio de Choichin, la plaza central de Sukhabaatar, el Palacio Real de Bogd Khan y el Museo de Lamas. También es el centro cultural, industrial y financiero del país, que está conectado por carretera con las mayores ciudades mongolas, al igual que con el ferrocarril “Transmongoliano” y el sistema ferroviario chino. En esta gran urbe se nos explicó, en una mini-conferencia, el tópico: Genghis Khan (Gingui Han, como acostumbran a llamarlo los oriundos de estas hermosas tierras) y un poco de sus andanzas como rey mongol. Quien iba a decir en los tiempos que corre que este país, eso sí, algo atrasado con respecto a Rusia o China, llegó a ser la mayor potencia del mundo. ¡Si Genghis Khan levantara la cabeza…!

Tras visitar Ulaanbaator, nos hicieron preparar un pequeño equipaje de mano para pasar dos jornadas fuera del tren, ya que nos llevaban de excursión a la llamada “Suiza Mongola”. Se trataba de pasar una noche en un típico ger mongol, y disfrutar durante dos días en uno de los campamentos del Parque Nacional de Tereli. Un tranquilo y bello paraje rodeado de pequeñas montañas y salpicado de bosques de abedules y abetos, además de caballos, camellos, bacas y yaks que pastaban libremente por sus praderas. Después de aquella experiencia muchos de los expedicionarios decidimos que este lugar sería idóneo para pasar unas vacaciones en familia.

A la mañana siguiente, después del desayuno, dimos un largo paseo por los alrededores en donde vimos además una demostración de hábiles jinetes mongoles montando a caballo que trotaban sin parar por esos campos a la espera de que apareciera de una vez el misterioso “Gingui” y así volver a revivir lo que un día debió ser este gran país. A la hora de la comida probamos algo de queso, un poco de carne de cordero aliñada con leche de yegua, acompañada de la famosa “cerveza” kumys, que tanto gusta a los nómadas, y un postre a base de frutos del bosque que estaba para chuparse los dedos. Eso sí, donde esté una cerveza fresca, rubia y espumosa, lo demás son sucedanios.

De regreso a la capital mongola, y una vez realizadas las últimas compras, subimos al tren ya que teníamos que continuar nuestro viaje por las estepas solitarias y atravesar los valles de Uda y Selenga, y que se encuentra en la frontera que separa Mongolia de Siberia. Habíamos entrado en Rusia y pronto llegamos a Ulan Ude. Y, como el tiempo apremiaba los organizadores del viaje que son de la agencia rusa Inturist, por cierto dejaron mucho que desear en este viaje, decidieron que había que visitar el Monasterio de Gandan a la hora de las ceremonias religiosas, aunque estaba anocheciendo y comenzaba a llover, por lo que no pudimos ver gran cosa. Menos mal que una animada cena nos dio la bienvenida a esta parte de Siberia.

Ulan Ude es una ciudad encantadora. Una primera impresión me llamó la atención por su calma tan excepcional y por su estilo de vida. Sin embargo, en algunas zonas del centro, como fue “la parte rusa” las cosas cambiaron. Había una cabeza inmensa de Lenin en el cuadrado central de una plaza que destacaba del resto de los demás monumentos. Muy cerca había un hotel y edificios de estilo soviéticos, con características típicas de la arquitectura de los siglos XIX y mediados del XX, además de las casas de madera tradicionales que destacaban en algunas de sus calles. Y qué decir de los pequeños microbuses de pasajeros, de fabricación coreana, que se apresuraban de aquí para allá como si el tiempo en esta ciudad tuviera mucho sentido.

Visité el Museo de Etnografía ya que me habían dicho que ofrecía una historia interesante acerca de la vida y tradiciones de los nativos siberianos (en su mayoría buryats y evenks), y sobre los famosos cosacos. También nos llevaron a ver el Datsan budista, el Museo de Historia y Naturaleza y, por supuesto, el legendario Lago Baikal, que está a 250 kilómetros al norte de la ciudad y al que fuimos en tren.      Y, ya que hemos mencionado a los famosos cosacos, decir que este pueblo, en el siglo XVII, estableció varias de sus fortalezas (ostrogs) en el territorio de Buryatia, siendo la más importante la de Udinskoye, ubicada donde está hoy Ulan Ude, un lugar perfecto como nudo comercial entre Rusia y China.

El siguiente día fue muy especial pues llegamos al Gran Lago Sagrado, el majestuoso Baikal, que contiene la reserva de agua dulce más grande del planeta. Mide más de 40 km de ancho y poco más de 650 km de largo, con una profundidad de 1620 metros, por lo que le convierten en el más profundo del mundo. Las cadenas montañosas cubiertas de bosque que lo rodean, repletos de abetos y abedules, y el azul profundo de sus aguas me dejo una imagen imborrable de este lugar tan maravilloso. Pronto entramos en las vías del “Circum Baikal” y el Transiberian Express comenzó a rodar a muy baja velocidad, entre Sludyanka y Port Baikal, ya que en ese pequeño tramo se habían excavado en la roca 39 túneles y claro había que tomárselo con calma.  Una vez en Puerto Baikal, dimos un pequeño paseo por la estación mientras  preparaban un pic nic como almuerzo de ese día, antes de montar en una típica embarcación de recreo y dar un paseo por el lago. Al finalizar regresamos a puerto para hacer algunas compras y proseguir viaje en tren hacia Irkutsk. A la mañana siguiente llegamos a Irkutsk, famosa por ser punto de partida de las caravanas que desde aquí partían hacia Mongolia y China. En la estación nos esperaban varios autobuses para realizar las correspondientes visitas a la ciudad. Una ciudad a la que también se conoce como “La París siberiana”, tal vez por su vibrante vida a finales del siglo XIX, y principios del XX. Visitamos la parte antigua de la ciudad con sus casas de madera con bellos ventanales y un monumento al Zar Alejandro II. Más tarde fuimos al Museo Etnográfico donde pudimos apreciar la vida en la época de los Zares, y por la noche asistimos a un concierto privado en la que un día fue la casa de Marya Volkonsky. Varios artistas cantaron ópera, y al finalizar brindamos todos con una copa de champán ruso.

A estas alturas del viaje, el Transiberian Express ya se ha convertido en nuestro segundo hogar. La magnífica naturaleza de Siberia se nos mostraba hermosa a través de las ventanas del tren. Hoy los cocineros rusos se esforzaron y nos presentaron una comida especial, además tuvimos pequeñas conferencias y varias clases de ruso “para salir del paso”. También cruzamos el Yenisei, al llegar a  Krasnojarsk, que es el más poderoso de los ríos siberianos. Esta ciudad en sí no es demasiado bonita, ni siquiera interesante, pero tiene el legendario río. Y, ya que hablamos del Yeniséi (en ruso: Енисей) decir que es el principal río de Siberia y uno de los mayores de Asia. Tiene una longitud de 4.093 km, llegando a los 5.539 km si se incluyen sus fuentes, lo que hace que sea el segundo río mas largo de Asia y el quinto del mundo. 

Krasnojarsk fue fundada en 1628 en la confluencia de los ríos Kacha y Yenisei como bastión defensivo, y su primer nombre fue Krasny (que en cirílico quiere decir rojo). Tres siglos más tarde fue el centro del movimiento cosaco siberiano, y al final del siglo XIX en esta ciudad ya se habían instalado industrias mecánicas y ferroviarias. Con la desaparición de la Unión Soviética, buena parte de las infraestructuras con las que contaba fueron privatizadas de forma un tanto dudosa, lo que trajo consigo un importante declive económico y social en esta ciudad, aunque poco a poco ha vuelto paulatinamente a recuperar su vitalidad.

Otra noche a bordo del tren con una degustación de caviar y vodka me dio la oportunidad de experimentar la hospitalidad rusa junto a los guías de los demás grupos que viajaban en el tren, con alguna que otra canción y simpáticos brindis hasta que poco a poco la gente se fue retirando a sus aposentos.

Cruzamos las planicies de la Siberia Occidental y el tren se detiene en Novosibirsk, que con su millón y medio de habitantes es la tercera ciudad en importancia de Rusia, y la más poblada de Siberia. Fue fundada en 1893 como futura sede del cruce del río Obi por las vías del Transiberiano, desarrollándose aún más a mediados del siglo XX con la finalización de las vías de tren que conectan Novosibirsk con el Asia Central y el Mar Caspio. Visitamos la ciudad, con sus plazas, grandes avenidas, el Teatro de la Ópera, la Catedral de Alexander Nevsky, el Museo de Historia del Ferrocarril, y Akademgodorok donde visitamos el Museo Geológico que guarda ejemplares únicos de los principales minerales de Siberia.

Quedan tres días antes de llegar a Moscú, pero antes tenemos que pasar por Yekaterinburgo, capital de los montes Urales. Una bonita ciudad que fue fundada por el zar Pedro I El Grande, en 1723. Pero, si hay algo por lo que debería destacar esta urbe es por estar vinculada con el último Zar ruso, ya que su familia y el propio Zar Nicolás II fueron fusilados aquí en el verano de 1918. Visito  la Catedral de la Sangre, que fue construida en el lugar donde los bolcheviques fusilaron el 17 de Julio de 1918 al mencionado Zar y a toda su familia, y observo que hay algunas grandes fotografías distribuidas por la ciudad con imágenes de esa familia. El tren sigue su programa y nos brinda la ocasión de disfrutar del paisaje de los Montes Urales antes de llegar a Kazan.

Día completo y visitas en Kazan que es el centro de la llamada República Autónoma de Tatarstan. Una ciudad que posee una bella ciudadela, también llamada Kremlin, y que fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 2000. Cuenta con torretas y muros construidos durante los siglos XVI y XVII, y que han sido reconstruidos hoy en día. Kazan nos dio la posibilidad de ver la mezquita de Qol-Sarif, y nos recordó la turbulenta historia que hubo entre tártaros, cosacos y rusos. Como tenía tiempo libre decidí dar un paseo en barca por el Volga, el río más grande de Europa, el cual me ofreció una bella panorámica de esta ciudad y sus alrededores. Última noche a bordo del Transiberian Express antes de llegar a Moscú. 

A la mañana siguiente ya estamos llegando a la capital de Rusia, por lo que empiezo a despedirme del atento personal que ha cuidado de nosotros durante la última semana. Una vez con los pies en tierra la guía nos traslada al hotel, para dejar el equipaje y continuar con el programa establecido, aunque a partir de ahora sin el tren como protagonista. La visita panorámica de Moscú me mostró una ciudad vibrante, orgullosa y moderna, algo que no estaba acostumbrado a ver en este país. Visité la bella Plaza Roja y el Kremlin, y volví a visitar la catedral de San Basilio. Después de comer, me fui caminando hasta una estación del metro ya que quería moverme en este medio de transporte por algunos rincones de la ciudad. Recordaba el metro de Moscú como uno de los más bonitos y elegantes del mundo, y cuando camine por algunas de sus estaciones no me desilusionó en ningún momento. Es maravilloso. Creo que podría vivir ahí todo el tiempo, aunque eso no iba a ser posible pues a la mañana siguiente teníamos que coger un avión para regresar a casa. Otra vez será.

 

Texto: Elisabeth Norell Pejner

Fotos: Rafael Calvete Álvarez de Estrada