“Un recorrido por la costa más bella de Irlanda donde la naturaleza y su gente son los principales atractivos de este país”  

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  Si elegimos una isla y la pintamos de verde, y a continuación le pegamos algunas montañas con grandes acantilados cerca del mar, no demasiado altas claro, y seguidamente repartimos por el territorio ríos, lagos, bosques y colinas con casas de colores y amplios graneros,  habremos creado lo más parecido a la República de Irlanda.
Porque en Irlanda, un país que todavía continúa dividido en dos: Irlanda del Norte, cuya capital es Belfast, y la República de Irlanda, donde Dublín es la principal ciudad y la capital del Estado, no hay nada más presente que el pasado. Y, esto no sólo es una consecuencia de los muchos monumentos que existen repartidos por todo su territorio, sino también por todo lo que se observa al recorrer el oeste del tranquilo país.
Según los propios habitantes del interior, Irlanda le hace a uno ser perezosa, pero también le da ganas de no tener pereza. En cualquier caso, el espacio es tan grande, el cielo tan luminoso y las colinas tan tentadoras que sería un pecado no llegar a poder saborear este país al máximo.
Pero antes que nada habría que conocer un poco de la historia de esta gran isla verde, la cual se remonta a unos 6.000 años  a. C., cuando hasta ella llegaron los primeros pobladores. Era el periodo mesolítico o período medio de la Edad de Piedra. Sus gentes, establecidas en el norte del país la gran mayoría, además de la caza practicaban una forma de comercio basada en el trueque de objetos tales como hachas, cuchillos y espadas. Sus monumentos religiosos, de los que una gran parte todavía se conservan repartidos por todo el país, y del que uno de los más impresionante es la Gran Tumba Megalítica de Newgrange, muy cerca de Dublín, son, sin duda alguna, las principales atracciones de Irlanda. Pero fueron los celtas quienes dejaron la huella más profunda en estas tierras, a través de su cultura y del idioma. Aunque habría que decir que cuando se habla del comienzo de la historia en Irlanda se toma como referencia el siglo V, con la llegada a la isla del cristianismo, siempre asociado a la figura de San Patricio.
A diferencia del resto de Europa, Irlanda no sufrió invasiones bárbaras. Sin embargo, a partir del año 800 sufrió otro tipo de desgracias: las invasiones de las bandas de saqueadoras, vikingos en su mayoría, quienes además fundaron gran parte de las ciudades que existen en la actualidad, tales  como Dublín, Limerick, Waterford y Galway, entre otras. Y, ya que hablamos de Galway, habría que decir que se trata de una de las ciudades más marchosas de la costa oeste, repleta de todo tipo de pubs y restaurantes, además de otros lugares de gran interés. Dado que Galway es también la capital de esta región, merecería la pena que recorriésemos alguno sitios de sus alrededores, como es el caso de las islas Aran, la pequeña ciudad de Cardif y el Parque Nacional de Connemara, entre otros.
Fue aquí, en estas aguas, hace ahora poco más de 400 años, cuando la mayor flota naval del momento, conocida entonces como la Armada Invencible, naufragaba frente a sus costas. Aquello fue también el principio del fin de todo un símbolo de fuerza y poder. Un magno  acontecimiento que en tierras irlandesas marcaron el comienzo de la decadencia española.
En la costa oeste y sur de Galway se habían dispuesto una serie de sistemas de seguridad que consistían en diferentes puntos luminosos repartidos por toda ella. La Royal Navy, al mando de Lord Howard de Effingham, quien había encomendado la defensa del país al famoso ex-pirata Sir Francis Drake, y al bucanero John Howkings, se encargó de hacer naufragar y, al mismo tiempo vencer, a la hasta entonces armada más poderosa del mundo: la Armada Invencible. Esto ocurría en lo que hoy se conoce  con el nombre de Punta Española, pues fue aquí, frente a esta parte de la costa irlandesa donde se produjo el desastre de los navíos “invencibles”.
como lo que pretendemos es conocer Galway,  una de las regiones más hermosas y salvajes del país – habrá que olvidarse un poco de su historia – nada mejor que ponerse al volante de cualquier vehículo, aunque tengamos que conducir por el lado contrario al que estamos acostumbrado en nuestro país, es decir, por la izquierda, lo que seguramente hará que podamos disfrutar plenamente del espectáculo que nos ofrece todo su paisaje y naturaleza. Será el aperitivo de lo que el viajero se va a encontrar en esta parte de Irlanda: desde pequeñas ciudades con grandes mansiones rodeadas por sorprendentes jardines cuidados con esmero, hasta algún que otro monasterio o abadía famosa, muchas de ellas con cementerios en sus alrededores, como es el caso de la Abadía de Kylemore, una de las más famosas y visitadas del país.
Otras riquezas monumentales de Irlanda, que también merece toda nuestra atención, aunque algo más modestas, son los castillos y catedrales que encontraremos en muchas ciudades y sus alrededores, la mayoría construidos con piedra gris, que además muestran y conservan sus peculiares torres redondas, y que algunas las veremos cómo plantadas en medio del campo y con puertas a tres metros del nivel del suelo.
El Condado de Galway, junto a las islas Aran, son dos de los lugares que recibe a más viajeros del país, seguramente por sus innumerables atractivos. Y lo que más sorprende es que junto al extraordinario verdor de esa costa irlandesa, protegida por el lecho de un viejo glaciar, aparezcan manchas enormes de  rocas grises, dólmenes, flores árticas, cuevas y otros tesoros naturales que pueblan todo este bello territorio.
Y, una vez metidos de lleno en tierras de Galway no podríamos dejar de visitar su principal ciudad, que también lleva su mismo nombre, Galway, y que además es una de las que ofrece más encanto y carácter de todo el país. Sería muy interesante entrar en algunas de sus tabernas, o “pubs”, para ver , con una pinta de cerveza en la mano, a los típicos irlandeses, y oír a los músicos que nos deleitarán con sus viejas baladas. En estos lugares también cabe la posibilidad de comer algo o cenar en su interior. Muy cerca del centro de la ciudad, existe un lugar conocido con el nombre de Punta Española, y junto a este varios de los más bonitos e importantes campos de golf.
Y, tras descubrir esta  hermosa urbe, es hora de ponernos en camino, por la carretera de la costa,  con dirección a Rossaveal, donde habrá que coger el ferry que nos lleva a las islas Aran. Inish Mór es la más grande e importante de este pequeño grupo de islas volcánicas, seguida de  Inish Meáin e Inish Oírr, que se encuentran situadas en la bahía de Galway. Las tres están además ubicadas muy cerca de los famosos e impresionantes acantilados de Moher, tal vez los  más importantes de Europa, en cuyos riscos se puede apreciar cortantes con algo más de 200 metros de altura sobre el nivel del mar, y en donde acostumbran a anidar y moverse miles de gaviotas y otras aves marinas que viven en esta parte del Océano. 
Los barcos que  realizan el recorrido hacia las islas Aran funcional durante todo el año desde la propia ciudad de Galway, aunque en los meses de verano hay otros también salen de diferentes lugares de esta costa. La capital de Inish Mór es Kilronarr, en cuyo centro, donde está el puerto, tan solo hay unas pocas casas de vivos colores, así como diferentes tiendas, bares y algún que otro restaurante. Nada más bajarse del ferry nos topamos con un taller de bicicletas en el que podremos alquilar alguna para movernos cómodamente por toda la isla.
Es la mejor manera de poder recorrerla, además de ir a pie, lo que no nos llevará muchas horas. Apenas hay árboles, ni colinas pronunciadas, ni tan siquiera tierra fértil, aunque antaño si existió. Estos mismos lugares no eran otra cosa que los territorios de caza utilizados por las gentes que vivían en las islas, y que trabajaban los campos de cultivo, a los que los insulares llamaban crags (de carraig, palabra irlandesa que significa roca). Se trataban de una serie de montículos formados por capas de arena, algas y tierra que se colocaban sobre la propia roca para más tarde ser utilizados para cultivar de la patata. Esto ocurría hasta principios del siglo XX. Hoy todo, prácticamente, ha desaparecido y son ya muy pocos los isleños que  todavía continúan con el viejo sistema de agricultura. 
Fue aquí, en las islas Aran, y más concretamente en la de Inishmore, en la que en 1.934, el director de cine Robert Flaherty obtuvo un premio especial, en la Mostra de Cine de Venecia, por el documental titulado Los hombres de Aran,  en el que daba a conocer la extrema dureza en la forma de vida de estas gentes. He de decir que los habitantes de Aran tienen fama de orgullosos, difíciles y ensimismados, aunque de lo que más presumen es de ser hospitalarios, lo cual es muy positivo para todos los visitantes. Son además románticos y amigos de las viejas costumbres. Suelen cantar baladas sobre historias de las islas contadas al calor del fuego, y aquí la palabra de un hombre es ley. Quizá por eso, los hombres de Aran tengan esa manera especial de ser, de  comportarse con sus vecinos, y de recibir a quienes se interesan por estas islas.
     Tanto en el norte de la isla de Inish Mór como en el sur existen antiguas fortalezas muy características que fueron construidas hace más de 2.000 años, allá por la edad de bronce. Este es el caso de Dún Eochla, que está situada en el punto más alto de Aran y que además ofrece una impresionante vista panorámica de las otras dos islas. Algo más al sur se encuentra Dún Aonghasa, ó Aengus, con más apariencia de un teatro ceremonial  que de una fortaleza militar. Se trata de una construcción de piedra, situada sobre un abrupto acantilado de casi 100 metros sobre el nivel del mar, y que debe su nombre al héroe mítico Aonghas. 
En los últimos años del siglo XIX, la vida en las islas Aran fue bastante dura para la mayoría de sus habitantes ya que las viejas técnicas de pesca, utilizadas con los tradicionales curragh, no llegaban a satisfacer las necesidades de su gente. Hoy en día las cosas han cambiado y la industria pesquera se ha desarrollado tanto que se trata de una de las empresas que más puestos de trabajo genera en las islas. Su flota de barcos, cuya base se encuentra establecida en Kilronan, acostumbra a desembarcar la captura en el pequeño puerto de Rossaveal, en la costa de Connemara. En cuanto a la palabra curragh, hay que decir que es un tipo de barco de pesca tradicional de las islas Aran, y que desde siempre se han utilizado en estas tierras, tal vez desde hace mil años, ya que son muy buenos cuando el mar se pone difícil y hay mucho viento alrededor de la costa. Se trata pues de una especie de canoa alargada y abiertas totalmente, realizadas en madera y recubiertas de piel, por lo que no necesitan estar en ningún muelle, basta con dejarlas en la orilla de cualquier pequeña playa. Aunque antiguamente se recubrían de pieles de animales, como corderos, bacas, etc., hoy en día se utiliza una tela dura con alquitrán. Esto permite que los barcos sean más ligeros y fáciles a la hora de repararlos. Los remos son largos y estrechos, construidos de una madera fuerte que aguante el oleaje de esta zona de la costa de Irlanda.