Hace algún tiempo que me encontraba navegando por los alrededores de Spitsbergen, la principal isla del archipiélago de las Svalbard, ubicada muy al norte de Noruega y por encima de los 78º de latitud norte, con la única intención de poder vivir una clásica aventura polar. Si consultamos los libros de historia, dejando de lado la teoría que afirma que los vikingos estuvieron presentes en estas costas inexploradas, allá por los siglos XI y XII, hay que decir que estas islas fueron descubiertas en l.596 por los holandeses, quienes buscaban un paso septentrional hacia China.

Hasta hace muy poco, una etapa obligada para el forastero que llegaba a las Svalbard era la oficina de correos de Ny Alesund, como la que aparece en aquella simpática película francesa “Bienvenidos al Norte”, y que no es otra cosa que una pequeña estancia salida de la fantasiosa creatividad de un escenógrafo de películas del Oeste. La mencionada oficina, que todavía funciona desde finales del siglo XIX, hay que decir de ella que aunque sus días de gloria eran aquellos que señalaban la llegada de un barco a puerto sigue con su cometido. También decir que llegar hasta allí supone un esfuerzo considerable ya que o se va en avión, o en barco. Para poder llegar por tierra, o mejor dicho, por nieve, se tarda la friolera de entre 18 y 24 horas si los perros del trineo que nos llevan hasta ese lugar se dignan a tirar de él y no nos dejan plantado a medio camino.  

Desde el principio de este viaje mi intención era poder localizar y fotografiar alguna que otra aurora boreal, un oso polar, o cualquier cosa que mereciera la pena. Cuando el capital del buque MS Origo, el sueco Kenth Granquist, un bonito barco oceanográfico en el que me encontraba navegando, decidió subir por el canal de Forland -situado un poco más al norte- para alcanzar el Paralelo 77, en pleno Mar Glacial Ártico, fue para mi una grata sorpresa ya que sabía que íbamos a pasar por la pequeña población de Ny Alesund. Una vez que a esta pequeña y simpática ciudad, le pedí al capitán que me dejara desembarcar para conocer algo más sobre las islas Svalbard.

Tengo que decir que unas semanas antes había apalabrado de antemano con una agencia de la zona que estaba especializada en viajes de aventura para que me esperase en este punto un guía con un trineo tirado por cinco o seis perros haskys y así podernos desplazar por el Este del archipiélago y así llegar a Longyearbyen, la capital y principal ciudad de las Svalbard.

Para aquellos que no hayan estado nunca en este lugar, solo decir que las islas Svalbard se conocen también con el nombre de Spitzbergen, que quiere decir algo así como «Montaña Picuda», tal vez por ser esta la isla más grande, a la vez que poblada, del archipiélago noruego que se encuentra pegado al Polo Norte. Además, en todo este territorio tan solo viven unos 2.500 habitantes, y en Longyearbyen poco más de 1.600 personas.

En el trazo de un mapa de esta parte del Ártico se consigue, con cierta dificultad, delinear los contornos de algunas de estas pequeñas porciones de tierra, de las cuales cinco son las que destacan en la «costa gélida» del mar Glaciar. También he de decir que aquí viven unos 1500 osos polares por lo que no será difícil contemplar alguno que otro merodeando entre iceberg e iceberg, siempre y cuando tengamos un poco de suerte. De estas pequeñas porciones de tierra que hay salpicadas por el mar de Barents destacan, además de Spitsbergen que es la más grande e importante, otras islas como las de Nordauslandet, Edgeoya, Kvitoya, Barentsoya, y algunas más pequeñas como isla de los Osos, isla Hope y Prins Karls Forland, que también merecen la pena. 

Sin embargo, ni siquiera sobre un mapa detallado sería posible contar los puñados de islotes que pueblan este rincón del norte de Europa. En realidad se puede hacer la cuenta si la estación es favorable -sólo dura dos meses en verano- ya que el resto del año el frío hiela y cimienta el conjunto en un sólo bloque, cuyos contornos se difuminan hacia el oeste sobre el mar de Groenlandia y más al sur, a la altura de la isla de los Osos (Bjornoya).

Pero no he llegado hasta tan arriba para deducir lo difícil que tiene que ser vivir en estas islas y cuando llega el verano respirar polvo de carbón, o para curiosear los pasatiempos de los seres solitarios de algunas de sus pequeñas poblaciones. Después de unas cuantas horas viajando en trineo tirado por seis perros, entre haskys y alaska malamuts, a través de fiordos y ríos helados se abrió ante mí el más imponente escenario de las tierras frías, cristalizado por una tormenta blanca; sea como fuere, una visión indescriptible en la que la naturaleza me ofreció un espectáculo continuo, con réplicas siempre nuevas que arrancaron mis aplausos.

Era ya de noche y, al dirigirme a la tienda de campaña, cuál fue mi suerte cuando pude contemplar una de las auroras boreales más impresionantes que jamás había visto. Me habían advertido que por estas latitudes era bastante fácil llegar a verlas. Días más tarde, y con una taza de café en la mano mientras esperaba el avión de la compañía aérea SAS que me transportaría de nuevo a la civilización, recordaba que las hermosas islas Svalbard han sido, desde hace poco tiempo, el lugar elegido para implantar la Bóveda Mundial de Semillas, un ambicioso proyecto único y totalmente innovador donde se guardan semillas de todos los cultivos del mundo, por lo que será el depósito con mayor amplitud genética y el más seguro de la Tierra.

Texto y Fotos: Rafael Calvete Álvarez de Estrada